miércoles, 15 de agosto de 2012

Sobre Thomas Jefferson y Noah Webster, un precursor y un escéptico en el siglo XVIII...

El cambio climático antropogénico, o sea, producido por la actividad humana, es un problema del que se viene tomando conciencia desde la segunda mitad del siglo pasado, pero ya en 1799 se produjo el primer gran debate y, paradójicamente, fue en EEUU, país que ahora mismo no cuenta con ley contra el cambio climático por el desacuerdo entre demócratas y republicanos, acentuado por la modificación de las prioridades de la población a causa de la crisis económica, muy a pesar del oscarizado documental de Al Gore.



La declaración de la independencia, 1786-1797, por John Trumbull, 54x79 cm, óleo sobre lienzo,
en la Yale University Art Gallery, en New Haven (Connecticut).
El propio Trumbull pintó una réplica de mayores dimensiones (366x549 cm), que se encuentra en 
el Capitolio de los Estados Unidos, en Washingtong D.F. 

Thomas Jefferson es el personaje de más estatura entre los cinco del centro que se encuentran erguidos.



El que fue tercer presidente de los Estados Unidos de América, entre 1801 y 1809, Thomas Jefferson, considerado uno de los Padres Fundadores de la Nación, participó en la redacción de Declaración de Independencia de los Estados Unidos (1776), formando parte de la representación de Virginia, e intentó plasmar sus ideales republicanos y, entre otros asuntos, su preocupación por el cambio climático. Jefferson llevaba mucho tiempo preocupado por el aumento de las temperaturas y sus posibles consecuencias. Por ello, el 1 de julio de 1776 comenzó a registrar en su diario personal la temperatura diaria, temperaturas promedio de meses y años, fenómenos y anomalías meteorológicos. Todos estos datos los apoyó en conversaciones con los ancianos del lugar y la tradición oral.

En su libro Notes on the State of Virginia, dejaba clara su preocupación por el aumento de las temperaturas en su estado natal y, por extensión, en EEUU. Jefferson anotó que “se está produciendo un cambio en el clima de forma notoria. Los inviernos son mucho más moderados. Las nieves son menos frecuentes y menos copiosas. A menudo, no se encuentran por debajo de la montañas, más de uno o dos días, y muy rara vez una semana.  Los ancianos me cuentan que la tierra solía estar cubierta de nieve unos tres meses al año y los ríos, que rara vez no se congelan durante el invierno, ahora casi nunca lo hacen. Este cambio ha producido una fluctuación entre el calor y el frío, en la primavera de este año, lo cual es fatal para las frutas.”

Pero a Jefferson le surgió, ya entonces, un escéptico tremendamente populista. Noah Webster, editor, periodista, escritor político y de libros de texto estadounidense, fue reconocido como el padre de la escolaridad y educación norteamericana y en 1799, ante la recién creada Academia de Connecticut de Artes y Ciencias, se postuló contrario a la teoría sobre el cambio climático propuesta por Jefferson, en aquel momento vicepresidente de EEUU. Webster cuestionó los datos aportados por la dudosa precisión de los instrumentos de medición, por ser datos tomados en lugares puntuales y sólo por una persona (recuérdese que Jefferson los anotaba en un diario personal) y, además, por apoyarse, sin base científica, en las creencias populares.

Webster apuntó que “la tala de bosques para su conversión en campos de cultivo ha dado lugar a algunos cambios microclimáticos, un tiempo más ventoso y alguna variación en las condiciones climatológicas en el invierno. Pero aunque la nieve no permanezca en el suelo, no significa necesariamente que el país en su conjunto reciba menos nieve cada invierno. Tenemos, en los campos de cultivo, hoy en día la nieve profunda, y mañana no, pero la misma cantidad de nieve que cae en el bosque, se encuentra allí hasta la primavera.”

Han pasado más de dos siglos desde entonces y el escepticismo, aunque en clara regresión, sigue ocupando atriles, artículos y debates.


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